La esperanza es lo último que se pierde

Decía el poeta y dramaturgo español Federico García Lorca que el peor sentimiento es el sentimiento de tener la esperanza perdida. El pasado viernes, las manifestaciones de grupos pro inmigrantes en Nueva Orleans solicitándole al Quinto Circuito de Apelaciones que destrabe las acciones ejecutivas migratorias giradas por el presidente Barack Obama en noviembre de 2014, demostraron que si bien hay frustración entre la comunidad inmigrante ante la larga demora por un alivio, la esperanza todavía no se ha perdido. 

Tampoco se ha perdido la esperanza de que un tribunal de corte conservador, como lo es el Quinto Circuito, sea capaz de desligarse de la politización que consume al debate migratorio y pueda permitir que esas acciones que legalizarían temporalmente a unos 5 millones de indocumentados, se implementen en tanto se dilucida la apelación del Departamento de Justicia al fallo del juez federal de distrito en Texas, Andrew Hanen, que en febrero pasado bloqueó la entrada en vigor de las acciones ejecutivas, aunque todavía no emite un veredicto en torno a su constitucionalidad. 

Y si el fallo del Quinto Circuito fuera desfavorable a los inmigrantes, la manifestación se llevaría también a la Suprema Corte de la nación con la misma esperanza de que el activismo judicial no nuble la capacidad de los magistrados de considerar objetivamente el caso que se le plantee. 

Si esas acciones ejecutivas migratorias finalmente se implementan,  existe la esperanza de que millones puedan tener un respiro, aunque sea temporal, a su incertidumbre migratoria de cada día, como el alivio que han tenido los DREAMers que se están beneficiando del DACA 2012. 

Se dice muy fácil, pero quien no vive esa incertidumbre en carne propia no tiene idea de lo que ese documento puede significar en el diario vivir de un individuo, de su familia y de su comunidad. La libertad de movimiento, el simple hecho de descansar sin pensar que en cualquier momento lo detienen y lo arrancan del seno familiar; la capacidad de estudiar, trabajar, aportar a su comunidad con conocimientos y económicamente con sus impuestos. Un individuo feliz y estable contribuye a la estabilidad y felicidad de su familia, de su entorno laboral, comunitario y de su nación. 

Por eso no pierdo la esperanza de que en este nuevo ciclo electoral que está dando sus primeros pasos, los precandidatos que aspiran a las nominaciones presidenciales de sus respectivos partidos puedan ser capaces de ver más allá de sus frases trilladas para entender la enorme lógica de reformar un sistema migratorio, porque es lo mejor para las familias y, por ende, para la nación. Tengo la esperanza de que haya un debate migratorio de altura en la batalla 2016 por la Casa Blanca, donde los republicanos que en su momento han sido reformistas no cedan a la presión antiinmigrante y ofrezcan soluciones realistas que vayan más allá de reforzar la ya militarizada frontera. Tengo la esperanza de que por el bando demócrata, la aspirante o los aspirantes, si alguno da un paso al frente, se abstengan de hacer promesas que no pueden cumplir, que asuman posturas migratorias claras y concretas y sepan apreciar el apoyo que, pese a todo, tienen entre los votantes latinos. Tengo la esperanza de que el debate electoral migratorio se centre en propuestas que miren al futuro y no en inútiles discusiones sobre el pasado. 

Quizá estoy esperando demasiado, pero la esperanza es lo último que se pierde.

(*) Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice.

 

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