La Columna Vertebral: Crisis de identidad

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Por José LÓPEZ ZAMORANO

Las crisis de identidad suelen ocurrir en la adolescencia, un periodo formativo crucial donde definimos no sólo lo que somos, sino la ruta que deseamos tomar hacia nuestra madurez. Es una etapa de descubrimiento emocional que conduce al periodo de independencia responsable que caracteriza a la edad adulta. 

Es por ello no sólo triste ver que una institución de más de 160 años de existencia padece una crisis de identidad, sino también preocupante porque las consecuencias de esta división interna tiene un efecto real, no sólo en la vida de millones de personas de carne y hueso, sino en la seguridad nacional. 

El Partido Republicano fue fundado en 1854 por activistas que luchaban contra la esclavitud. Bajo esa bandera encomiable fue electo el primer presidente de esa organización política, Abraham Lincoln, en 1861. En total, 18 de sus miembros han ocupado la Casa Blanca, incluido Ronald Reagan, quien promulgó la Ley de Control y Reforma Migratoria de 1986. 

Más de un siglo y medio después, el conservadurismo parece haber caído presa de un grupo marginal, pero estridente, que con una miopía espectacular emprendió una carrera hacia el precipicio como un partido sin posibilidades reales de ganar la Casa Blanca, ni en 2016 ni nunca.

Son las mismas voces radicales que abuchearon a Jeb Bush el fin de semana en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAP) y que condicionan el presupuesto del Departamento de Seguridad Nacional (DHS) al bloqueo de las acciones ejecutivas del presidente y a la eliminación de Programa de Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA). 

Su hermano, George W. Bush, junto con el “arquitecto” de su presidencia, Karl Rove, estaban convencidos que el Partido debía acercarse al votante latino, porque se trata de un pilar esencial para asegurar la relevancia de los republicanos en la política nacional. 

Hoy, esa sensata filosofía política es vista como maldición por los radicales satisfechos con perpetuar su estatus como el partido del “No”, más preocupado por la implementación de sus dogmas que en la construcción de un gobierno que refleje y resuelva las necesidades reales de la población. 

Es natural que en asignaturas como la migración existan diferencias legítimas. Nadie tiene en su bolsillo la verdad absoluta. Para dirimir esas discrepancias existe el proceso político y, en última instancia, el juicio judicial. Lo que no se vale es jugar con la seguridad nacional. 

Por ello es doblemente importante que los hispanos traduzcamos nuestro peso demográfico en poder político. No sólo registrarse y votar, sino presentarse a cargos de elecciones popular, desde el distrito escolar hasta la presidencia. No sólo para demandar los cambios urgentes, sino para ser parte de la solución. (Para la Red Hispana).

 

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