Por Roberto PELÁEZ
Por estos días Virginia Urbina siente muy cerca la presencia de su hermana fallecida. Me ha sucedido antes por la proximidad del Día de Muertos, explica, y trato de poner en el altar todo lo que ella le gustaba, abunda.
Urbina, oriunda de Aranza, en el estado mexicano de Michoacán, reside en Las Vegas desde hace 26 años, y siempre, acota, celebro en casa el Día de Muertos, pongo mi altar donde no faltan los ‘chilaquiles’ y la coca cola que a mi hermana le gustaban tanto, además coloco en un lugar prominente su foto... es una manera de tenerla muy presente.
Destaca que tanto su esposo como los hijos esperan siempre con cierta ansiedad estos días, a ellos como a mi nos gusta la celebración, participan en los preparativos del altar, en las comidas que preparamos, es algo que conozco desde niña, que forma parte de las tradiciones, destaca.
Sabe, sostiene Urbina, desde que eran niños mi esposo y yo les explicamos a nuestros hijos lo relacionado con el Día de Muertos, qué significa, ellos saben que es una manera de ponernos en comunicación con familiares fallecidos; le aseguro que siento muy próxima a mi hermana, a veces me parece escuchar su voz, es como si me dijera “no me olvides’ o “recuerda lo que me gustaba”, ponen una canción de su preferencia, encuentro un retrato como yo no lo había puesto, me da señales de que está cerca, advierte, y eso en vez de darme miedo o asustarme, me causa alegría.
Le cuento que mi hija estuvo dos años en México y le gustó mucho la manera en que celebran allá el Día de Muertos, es más bonito, me dice, resulta impresionante, creo que ella no tenía muchos deseos de regresar a Las Vegas.
María Agustín, también del poblado de Aranza, vive desde hace 12 años en esta ciudad, y coincide con su amiga en lo relacionado con los preparativos. En el lugar donde nacimos y crecimos, asegura, la celebración contempla ir a los panteones, algo que no hacemos aquí, pero año con año ponemos nuestro altar, recordamos a nuestros familiares, colocamos flores como el cempasúchil u otras, sus fotos, velas, un vaso con agua, pan, chocolate, las comidas que más le gustaban, y no pueden faltar la calabaza, el atole, el chayote, los nacatamales (utilizamos carne como relleno y chile rojo).
A veces las flores de cempasúchil aquí están muy caras, comenta Urbina, y ponemos gladiolos, margaritas, o sea, las flores más comunes, pero se colocan en el altar porque ellas tienen un significado especial en el Día de Muertos, no pueden faltar.
Las entrevistadas resaltan que tampoco faltan los rezos, podemos hacer una novenaria, que concluye el dos de noviembre. El último día, dicen, entregamos una cesta con nacatamales para las personas que han tomado parte en los rezos, en Aranza también se hace así, sólo que se cocina para mucha gente y los niños tienen una participación significativa a la hora de repartir esos alimentos, aquí es más íntimo, más familiar, externan.
¿Cuál es el ambiente en casa los días previos a la celebración?
Es algo que sentimos tan dentro, es lo nuestro, acotan, cuando estamos cerca del Día de Muertos, pues comenzamos a pensar que en el pueblo de Aranza la gente está en los preparativos, seleccionando las hojas, la carne, si van a usar manteca de puerco, los chiles rojos, preparando la masa para los nacatamales, y... comenzamos nosotras también aquí a considerar lo del altar, qué vamos a poner, la comida, las flores que dijimos son muy simbólicas, las frutas, son muchos detalles, pero cada uno de ellos se hace con amor, se le echan ganas, se advierte un entusiasmo diferente en casa, todos participamos a la hora de adornar el altar, nos esmeramos, reiteran.
Ya participamos en el concurso que convoca el Centro Cultural Winchester, afirman, no ganamos nada, sin embargo nos queda algo muy dentro porque colocamos allí nuestro altar. Llevamos las cosas que preferían nuestros familiares, tal como lo hacemos en casa y aprendimos desde niños, esa es nuestra cultura, la tradición que heredamos, se la enseñamos a los hijos y nos gusta.